Pequeños relatos de la pandemia: Puerto Escondido

 


Tuvimos la oportunidad de que mis papás pasaran una temporada en Puerto Escondido y mi hermana y yo no lo pensamos: acá en la Ciudad de México el Covid está muy fuerte y decidimos agarrar una camioneta para treparlos con todo y perrita.

Lo planeamos muy bien: nos quedaríamos en un AirBnb, iríamos y vendríamos rápido, y todo el tiempo con cubrebocas. Creo que fue la mejor decisión. Ese es el contexto.

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Puerto Escondido luce desolado. El comercio local sigue, pero el turismo está prácticamente muerto. Los policías están al pendiente de que todos usen cubrebocas y si te ven que lo traes en la papada, te obligan a ponértelo bien. Vi poca gente con cubrebocas N95 (casi todos son de tela), pero afortunadamente la mayoría sigue las medidas. Los restaurantes de la zona turística están vacíos (la foto de arriba es de Zicatela) y algunos hoteles lucen abandonados. Creo que no vi ningún tapete sanitizante, pero afuera de muchos locales hay un pequeño bote con agua y llave de paso para que te laves las manos

Los dos días que estuvimos allá, prácticamente nos la pasamos encerrados en el lugar donde nos hospedamos.

Hice tres cosas de turista: salí a la playa a las seis de la mañana. En toda la playa de Bacocho había unas 10 personas a lo mucho. Los municipales están al pendiente todo el tiempo. Aún así, después de pasar ocho meses encerrado, fue un respiro poder estar en el mar. Así luce la playa:



Y vi un hotel así:


Mi sobrino (que vive allá) me contaba que uno de sus profesores tiene un restaurante en la playa y tuvo que cerrarlo. Le pedí es que me llevara unos 15 minutos a la zona más turística. Los meseros de los lugares que están abiertos se alistan en seguida a ofrecerte alimentos, a bajo precio. Muy pocos surfistas.

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Llegar a Puerto Escondido en carretera es un suplicio: hay que viajar desde Oaxaca por una carretera muy bonita que tiene mil curvas y en la que pasas algunos pueblos en la sierra. En la mayoría hay letreros que indican que hay Covid. Mi hermana y yo platicábamos que, para ellos, un brote de Coronavirus debe ser gravísimo: los servicios de salud están a horas de camino. Afortunadamente me enteré que ha habido muy muy pocos casos.

Para regresar, puedes hacerlo por la carretera de Guerrero, que tiene menos curvas, pero tiene mil topes. Pasas por muchos pueblos en donde te paran los autodefensas con rifles caseros y te piden cooperación. Debí pasar unos 20 retenes (si no es que más).

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En Los Adoquines, que es la zona de artesanías de Puerto, los comerciantes salen con sus mesas para vender sus productos a quien pase:


Muchos letreros de "Todo a diez pesos", algunos de plano te piden una moneda. Pero siempre de buen humor, lo cual se agradece. Estuvimos unos diez minutos por ahí y nos fuimos. Una amiga me preguntó que porqué no me quedé más tiempo. Creo que los chilangos tenemos la obligación de ser más exagerados con las medidas y no exponer de más a la gente de otros lugares. Me siento al mismo tiempo culpable de haber ido, pero también fue un respiro (aunque sea por unas horas) del encierro de la ciudad. Me he hecho la prueba 4 veces (una justo antes de ir) y en todas he resultado negativo. 

Maldita pandemia. Espero de todo corazón que esto acabe pronto.

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